La magia de creer para ver

lunes, 31 de diciembre de 2012

Cuento de Tokio

Habitación 1023 del hotel Akasaka.

En la 1022, una mujer
habla por teléfono en su idioma duro,
llora su llanto libre,
sus sílabas de oscuridad entrecortada.

El dolor tiende a la teatralidad,
implica un énfasis. (Un doliente
es siempre un disfrazado por dentro.)

La mujer de la 1022
verbaliza su tragedia expansiva,
llora su llanto enfático.

El huésped de la 1023 tiene sobre la mesa
los regalos pequeños que ha comprado
esta misma mañana.

A través de la ventana se ve el frío de febrero
como una transparencia sólida.
Los grandes cuervos de ciudad crascitan
imitando el llorar metódico de un niño, el sonido
de una sierra que desgarra la muselina del aire,
la rotura de algo hecho de aire.

La mujer de la 1022 vuelve a marcar,
vuelve a gritar, llora de nuevo.

La tragedia de la 1022 en la 1023,
la conjunción anómala de dos destinos
equidistantes, cruzados por un azar
que ni siquiera merece
la simetría mágica que conlleva ese nombre.

Alguien que habla a gritos
y alguien que oye sin entender
más que la retórica del grito.

De repente el silencio. Al poco, el ruido del televisor.
El silencio otra vez, durante unos minutos que parecen
eternidades mudas a la espera de ser profanadas.

Vuelve a marcar un número, tal vez el mismo siempre.
Reinicia su ritual compartido de expiación
de qué, de qué tiniebla
tan hirientemente suya.

El huésped de la 1023
recordará hasta el fin de su tiempo
la tragedia hermética que tiene lugar en la 1022,
la tragedia para él más lejana del mundo,
la más insondable,
separada de la suya por un tabique en el que cuelga
una estampa de Hiroshige:
“Luna de otoño en Tama”.

 
Felipe Benítez Reyes

domingo, 23 de diciembre de 2012

Cavalo Morto

En Cavalo Morto, las muchachas acostumbran a salir de paseo con los soldados. Y luego a quererse.

Sucede entonces algo inverosímil: después de hacer el amor, bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, el nombre de los enamorados: José Antônio, Manuel, Joâo.

Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores entre la maleza. Regresan intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay ya exigencias, cobardías, acontecimientos. Sólo existen los soldados del batallón.

En agosto, enero, igual septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena del camino algo como un rastro de espuma o velo. Los soldados no saben hacer sonetos, ¡pero cómo aman!

De noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si pasas un día por allí y oyes voces, risas y gemidos de amor, no te asustes por miedo a los fantasmas. Son las muchachas amándose con los soldados de Cavalo Morto.
Lêdo Ivo

viernes, 21 de diciembre de 2012

Enemigo invisible

¿Quién me habrá regalado estas tijeras, a mí y a tantos otros, a casi todos, como un decreto ley de regalo? Pues no pienso usarlas.
 Javier Jover

Carrer de Girona

Es difícil vivir. Es muy difícil.
Parece que los otros nunca saben
lo que deben hacer, decir... Se portan
como actores que ignoran hasta el tema
y lo equivocan y estropean todo.

O a lo mejor soy yo quien se ha adentrado
en alguna obra cuyo asunto ignoro
y aquello que hago y digo no concuerda
con la trama que expone la otra gente.

Por eso necesito mucho tiempo.
Tengo que reconstruir cada jornada
el mundo que destruyen los demás.

Y estudiar cada noche las razones
por qué las cosas salen de otro modo
a como las tenía bien planeadas.

Y debo preparar con gran cuidado
lo que yo haré y diré al día siguiente.
Y lo que harán, dirán, también los otros
según las situaciones que programo.

Mas no sucede igual a lo previsto.

Por eso necesito estar a solas.
Necesito estar solo mucho tiempo.
Tengo que reconstruirme cada día
mi mundo, que destruyen los demás.


José María Fonollosa.

martes, 18 de diciembre de 2012

Dos realidades

Pasó un vagón con ruedas escarlata
y carrocería amarilla, nuevo flamante.
"¡Espléndido! -dije-, qué bueno
es estar vivo, cuando la belleza pela
la dura cáscara de la vida". Y tú
dijiste: "¡Espléndido!". Y pensé que habías visto
ese vagón brillando calle abajo;
pero miré y vi que tu mirada había caído
sobre un niño que atizaba puntapiés
a una obscena inmundicia marrón.
Nuestras almas son elefantes, pensé,
aisladas tras estrechos barrotes,
con trompas que asomadas fisgonean
y sobre la realidad se abalanzan;
y cada cual según su dulce antojo
se apodera del pastel que más le gusta
dejando atrás los demás
 
 Aldous Huxley

lunes, 17 de diciembre de 2012

Poema sobre los músicos ciegos

Los ciegos
deambulan en la noche.
Por las noches es mucho más fácil
cruzar la plaza.

Los ciegos viven
a través del tacto,
tocando el mundo con las manos,
no conocen luz ni sombra,
y al encontrarse con las piedras:
de la piedra hacen
paredes.
Detrás de ellas viven los hombres.
Las mujeres.
Los niños.
El dinero.
Son indestructibles.
Por eso
es mejor evitar
las paredes.
La música
chocará con ellas.
La música será absorbida por las piedras.
La música
morirá en ellas
con sus manos atadas.
Es feo morir por las noches.
Es feo morir
a tientas.

Entonces, es más fácil para los ciegos...
Un ciego
cruza la plaza.


Joseph Brodsky

El cura verdugo de Ocaña

Muy de mañana, aún de noche,
Antes de tocar diana,
Como presagio funesto
Cruzó el patio la sotana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Llegó al pabellón de celdas,
Allí oímos sus pisadas
Y los cerrojos lanzaron
Agudos gritos de alarma.
“¡Valor, hijos míos,
que así Dios lo manda!”
Cobarde y cínico al tiempo
Tras los civiles se guarda,
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Los civiles temblorosos
Les ataron por la espalda
Para no ver aquellos ojos
Que mordían, que abrasaban.
Camino de Yepes van,
Gigantes de un pueblo heroico,
Camino de Yepes van.
Su vida ofrendan a España,
Una canción en los labios
Con la que besan la Patria.
El cura marcha detrás,
Ensuciando la mañana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Diecisiete disparos
Taladraron la mañana
Y fueron en nuestros pechos
Otras tantas puñaladas.
Los pájaros lugareños
Que sus plumas alisaban,
Se escondieron en los nidos
Suspendiendo su alborada.
La Luna lo veía y se tapaba
Por no fijar su mirada
En el libro, en la cruz
Y en la “star” ya descargada.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Miguel Hernández

viernes, 14 de diciembre de 2012

Tienda de humo

TIENDA DE HUMO
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves!, y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.


Fernando Pessoa

Candado

Después de decidirme a no quedarme
candado para siempre por la culpa de no se sabe qué
me decidí a moverme y les mandé mudarse mis palabras
y a mi lámpara sorda que se prende y que nadie contesta.
Todo se queda quieto, el equipal se calla de repente.
Cerré la puerta y me tragué la llave.
Llevo a pasear la llave
como un bastón interno que me apoya y despeja banquetas.
A veces se detiene para abrirle sonidos a las hojas, hojas secas
como si fueran pasos que se quiebran,
como si fueran peces que se arrastran
y doblan a las calles las esquinas
enseñándoles mar, poniéndoles corrientes
apartándoles piedras para hacer arrecifes
al repetir la punta de las sales.
No soy yo el que sale: es la sangre que deambula
contra los vientos y contra la mañana,
caminando despacio porque tiene la llave.
La llave que abre puertas donde no existen muros.
 
 
Eduardo Casar

jueves, 13 de diciembre de 2012

De todo, quedaron tres cosas:
la certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido
antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caida, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente, de la búsqueda... un encuentro

FERNANDO PESSOA

Yo soy...


Alejandra Pizarnik

Palabra (o pausa...)

El silencio ignora a qué lugar pertenece.
Se imagina solitario,
se concentra en descubrirse.

Sabe ser…
(pausa).


Y mira por los ventanales estúpidos paisajes
– de formas insólitas y sonidos otorgados-

La palabra aislada en su vientre no es capaz de significar.

La desea así…
desnuda,
sorprendida en un recodo del ritmo.

Siempre albergando la esperanza de amarla libremente,
adaptado al contorno de su cuerpo.

Con un lenguaje penitente
(todavía).

Ana María Arroyo.

De Senectute

No estoy aquí, en la última milla, para dirigir un discurso
filosófico cual Catón el Antiguo, severo patricio, un tratado
en pulida prosa rítmica y académico estilo ciceroniano. Estoy
            aquí,
en la última milla, en la primera, en la única milla
―siempre en mitad del camino
de la muerte―,
para acompañarme a mí mismo
(pues todos somos a la vez la víctima y el verdugo.
Y todos inocentes: mortales).

La nieve ha borrado el aromático rastro del seto, el sonido
            de toda huella,
ha enmudecido a los pájaros,
ha igualado el prismático despliegue del arcoiris,
ojos de agua ciega, sordera absoluta, privación del sentido.

Me he quedado en encías,
como un grotesco lactante de ochenta años,
de ochenta siglos,
en fábulas, en desmemorias, en muecas inútiles.
Cuna y tumba, rosa y ceniza, polos que se atraen y repelen,
ártico y antártico, igualmente glaciales
(y ecuador quimérico).

Noche a noche mi cama prefigura más su condición de féretro,
blando ataúd donde entierro como en arena mis ilusiones
            extintas, mis sueños de insomne.
La velada lámpara, la menguante luna asomada a cristales
me arropan en claror espectral, me envuelven, esbozan
los contornos de los objetos que me rodean
obstinados en inmutable presente, en materia
durable ―caoba, mármol, metal, cuero,
lienzo y papeles frágiles, pero ajenos
al desgaste, a la consunción (objetos de mi propiedad:
yo los llamo puerilmente míos). Lo mismo que afuera
los arbolillos de la calle mudando perennemente de hoja
persisten en su ser de árboles sólo, de acacias idénticas,
la piedra de las casas, el asfalto urbano
indiferente a los surcos que imprime en él el tránsito rodado
            del hombre urgido,
del transeúnte que no va a parte alguna:
todos sus trayectos son viajes de retorno, sin retorno,
            agitación baldía.

La última milla se inicia ya en los primeros pasos,
y antes de los primeros, cuando el niño aún no puede
caminar, cuando en la matriz, en la celda
del penal materno, incomunicado, oprimido,
inconsciente del lejano pecado, privado de habla
y de gesto, es incapaz de asumir su propia defensa,
no puede protestar ni apelar a nadie por su inaudita condena.

No llores, porque nadie habrá de escucharte.
No abras el balcón: da sobre la niebla.
No empieces a gemir tan temprano: aun es noche.
No pierdas desde ahora lo último que se pierde.
Calla, consuélate de la vida con la vida misma.
Lo que en último término te cobija es tu desamparo.
Umbral del frío, feliz año nuevo, feliz año viejo,
dichoso año único.
Todo el pasado incumplido está aún delante de ti.
Ayer te aleccionó el futuro.

¿No lograste acaso cuanto deseaste de veras
y muchas otras cosas que ni siquiera soñaste?
¿En qué te sientes, pues, defraudado?
¿A qué aspiras en el poniente?
Has plantado un árbol, has tenido un hijo, has escrito un
libro,
siempre un mismo libro,
un solo verso interminable.
Y te quejas, dices: “¿Qué importa la posteridad
sin la anterioridad? ¿De qué vale que me conozca el futuro
si me ignora el pasado?”.

La vejez por naturaleza es algo habladora.
Nada tiene de extraño que te repitas,
que vuelvas en vana espiral a lo que te atribuló o te alentó,
que percibas aún el aroma del jardín primero.
La memoria disminuye si no se ejercita.
Desmemoriado y sin esperanza,
contémplate sentado entre los cipreses,
setos en flor y carcomidas estatuas,
el pájaro en la rama, la paloma en la piedra. Mira, toca
            en el mármol
tu muerte ayer, tu diaria ceniza. Advierte la fuente,
el agua que corre… Y quédate solo
con la ilusoria renta de tus manos,
luces borradas, palabras caídas.


De ULTIMA THULE 

Vicente Gaos

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Gestación de un poeta o un demente (Experimento 7)

Eres vulnerable
Hay espías al tanto de que tu nombre es un seudónimo ignorado de alguien insignificante.
Un burdo alias que te representa pero no te identifica
Una máscara, a tu pesar, implorante

Eres vulnerable
Han descubierto que tú no eres quien eres ni el que aparenta
tu sombrero ni tus zapatos soportan.
Una coartada que camufla otra vida secreta

Te ha sido dado conocer la fortaleza
aunque ya no sueñas con caballos salvajes al galope
Eres fuerte

Eres frágil, amor
un pétalo te hiere los ojos como un sable.

Te llamaré piedra
Y sobre esta roca en la que te di a conocer que eras vulnerable
Edificaré un poeta
(O un demente)
Son los riesgos de pasarse o quedarse corto
al digerír los versos y las pócimas.


Mariano Crespo Martínez

martes, 11 de diciembre de 2012

Novedad

Quiero para mí
palabras nuevas
Que no hayas pronunciado antes
cosas no dichas,
no escritas,

no declamadas.

No quiero versos ya regalados,
no quiero halagos manoseados,
no quiero letra impresa sin emoción,
no quiero tinta caduca,
no quiero sueños
para múltiples soñadores

No quiero nada de otro
nada que no sea mío,
que no me pertenezca.
No quiero nada que otros
hayan portado o exhibido,
no quiero nada de segunda mano,
no quiero un canje literario.

Estrena para mí,
ofréceme novedad,
aunque no haya nada nuevo bajo el sol...

Piensa algo para mí,
sólo mío.....

 
Bohemia

Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la obediencia

Me gusta recordar que he nacido en Granada:
Libreros, una calle tan pequeña que iba a dar clase
por la noche;
la cerraba, a la izquierda, una pared arzobispal,
una pared muy digna y casi sin ventanas;
generalmente la cubría una pizca de cielo desconchado.
Sí, señor, así fue, no necesita
que le diga mi nombre,
no es preciso,
no lo va a recordar. [...]
No cabe vivir más,
sólo quiero decirle que esa vestiduría,
me causó un sufrimiento tan intenso que recorrió mi
cuerpo hasta llegar a hoy,
no sé cómo,
no sé
pero con él vino hasta mí la despreguntación,
y viví en un dolor la vida entera:
al ponerme la enagura tuve la sensación de entrar por
vez primera en la oficina,
al ponerme las medias sentí un dolor de parto,
al ponerme las bragas se me cayó una mano en el
infierno,
y vi la mano arder,
y yo seguía vistiéndome sin manos,
Sí, señor, así fue,
aún me dura la humillación, el uniforme era tan largo en mi cuerpo de niño como si
me vistiera con la guerra civil,
y cuando todo estaba terminado me puse en la
cabeza un sombrero de niña y aquel sombrero era la muerte de mis padres.


Luis Rosales

Palabras a una hija que no tengo

PALABRAS A UNA HIJA QUE NO TENGO

Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:
a veces necesito saber que tienes miedo.

Cuando sepas hablar, dame mi nombre;
diciéndome papá habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
(no está el mundo como para negarse)
pero apréndete esto en cuanto puedas:
más frecuente es lo amargo, que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula
y llegada la hora quiero que escribas “mar”
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando cruces por fin la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que en el fondo no soy un optimista:
de lo contrario tú no estarías ahí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora.
Existe la alegría, pero duele;
tendrás que conseguirla.
Y cuando la consigas tendrás miedo.

(Andrés Neuman)

lunes, 10 de diciembre de 2012

Estrella de la Tarde II

Llora rocío su triste primavera,
helando fuentes de amarga hiel;
tempestad exhala del otoño caído,
gime la tierra con su aliento pétreo.

Ardor con tibieza desatado,
que esculpe los astros en sangre;
mar embravecido por la pena,
ungida de laborioso crepúsculo.

¿Por qué esperar la caída?
Mientras se disipa su mundo perece,
y nadie llorará ya por el recuerdo.

¿Por quién sentir la melancolía?
Si la memoria pervive en el océano,
naufragaré hasta hallar paraísos perdidos.



Daniel Puche Díaz

Estrella de la Tarde I

Cuando sus mejillas se caldean,
y fluye , lento, como de almíbar,
el espíritu que la anima,

cae el cielo nublado que observa,
único testigo, de lo que es,
y siente la tierra pararse en estruendoso silencio.

Silencio.

Firmes brazos de algodón
rodean el fino cuello,
y tibia la sangre asciende,
lenta, a su entero dominio.

Dulce fruta madura,
que encierra el tesoro
de su sagrado jugo:
nadie lo ha hollado.

Quiero descansar eternamente sobre su pecho.

Suave piel,
excelso engaño de Prometeo;
funde perfecta sobre la tierna carne,

baila debajo, lenta, su sangre,
incesante, al son báquico
de su palpitante dueño.

Sueño.

Grácil, intacta ante el cuadro,
del mal, lento, que no cesa,
y pasa encima sin esfuerzo
con alas de etérea música.

De la naturaleza enemiga,
odiada por lo bello,
que incluso en los eternos,
indiferente, ha de crear envidia.

Quiero dormir eternamente sobre su pecho.

Llueve, triste, el otoño,
melancólico compañero
que nunca deja su dominio pasajero.

Y el alma, lenta, cree
descender a los profundos infiernos,
donde reina el inmortal olvido.

Olvido.

Pero reverdece la lluvia
bajo su mirada atenta,
lo que siempre hubo
de putrefacta y amarga hiel.

Y canta el implacable viento
una nueva melodía, lenta,
que induce al dulce sueño,
y rescata la vieja alma herida.

Quiero soñar eternamente sobre su pecho.



Daniel Puche Díaz

Consejos

Dice la razón: Busquemos
la verdad.
Y el corazón: Vanidad.
La verdad ya la tenemos.
La razón: ¡Ay, quién alcanza
la verdad!
El corazón: Vanidad.
La verdad es la esperanza.
Dice la razón: Tú mientes.
Y contesta el corazón:
Quien miente eres tú, razón.
que dices lo que no sientes.
La razón: Jamás podremos
entendernos, corazón.
El corazón: Lo veremos. 


Antonio Machado

Encargo

Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.

Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.

Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.

Id de manera amistosa,
id con palabras sinceras.
Ansiad el hallazgo de males nuevos y de un nuevo bien,
oponeos a todas las formas de opresión.
Id a quienes la mediana edad ha engordado,
a los que han perdido el interés.

Id a los adolescentes a quienes les asfixia la familia…
¡Oh, qué asqueroso resulta
ver tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!
Es como un árbol viejo con retoños
y con algunas ramas podridas y cayéndose.

Salid y desafiad la opinión,
id contra este cautiverio vegetal de la sangre.
Id contra todas las clases de manos muertas.


Ezra Pound
Nada, ni siquiera la vergüenza,
cambia una verdad
ya terminada.

Es la limpísima llanura en mate
de los puzzles acabados
veinte veces.

Por eso, nada.
Ni un pelo de punta ante las fotos
reveladas con retraso.

Nada, aunque oiga sobre ellas pasos
de gatos y de otros animales
que no salieron.

Ya es mía, y para siempre
esa boca con sonrisa
y con dos o tres ratones quietos.

Si al menos hubieras sido una
de todas las que fuiste hambrienta.


Maria Ángeles Maeso

martes, 4 de diciembre de 2012

A él

No existe lazo ya: todo está roto:
plúgole al cielo así: ¡bendito sea¡
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.


Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido: el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano…
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡ gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento:
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre…
ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada…
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro…
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Versos del caminante

Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.

Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

II

Poesía,
tristeza honda y ambición del alma,
cuándo te darás a todos... a todos,
al príncipe y al paria,
a todos...
sin ritmo y sin palabras!

III

Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras,
luego contarás las estrellas.

IV

Poeta
ni de tu corazón,
ni de tu pensamiento.
Entre todos los hombres las labraron
y entre todos los hombres en los huesos
de tus costillas las hincaron.
La mano más humilde
te ha clavado
un ensueño...
una pluma de amor en el costado.
 
V
No andes errante...
y busca tu camino.
-Dejadme-.
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio.
 
 
León Felipe

Mi país

Un teléfono arrancado,
un coche celular que frena, me mira
y vuelve a acelerar,
restos de una barricada ardiendo,
los semáforos como muertos puestos de pie,
este frío
que casi impide
respirar:
ésa es
la inhóspita geografía
que he atravesado esta noche
para llegar hasta ti.
Tu piel,
mi país: donde el sol
se quedó a vivir.

Karmelo Iribarren.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Fastos

El verano cantaba sobre su roca preferida cuando apareciste ante mí, el verano cantaba apartado de nosotros que éramos silencio, simpatía, libertad triste, mar aún más que el mar cuya larga pala azul jugaba a nuestros pies.
El verano cantaba y tu corazón nadaba lejos de él. Yo besaba tu valentía, oía tu desasosiego. Senda por el absoluto de las olas hacia esos altos picos de espuma por donde cruzan virtudes asesinas para las manos que transportan nuestras casas. No éramos crédulos. Nos agasajaban.
Pasaron los años. Las tormentas murieron. El mundo se fue. Me dolía sentir que tu corazón justamente ya no me percibía. Te amaba. En mi ausencia de rostro y mi vacío de felicidad. Te amaba, cambiante en todo, fiel a ti.

René Char

lunes, 26 de noviembre de 2012

Nonato

No, no quiero
nacer, no quiero cambiar el dulce rumor del
líquido amniótico
por la luz, el grito que desgarra los pulmones
No quiero que me midan,
me pesen, me subordinen al Tiempo
ni jugar al escondite con la Muerte
en eso que llaman
            vida
Así se está bien:
viajar a cualquier parte
llevado por el cordón umbilical

No es que yo no sepa:
berreando
uno consigue el pezón en la boca, yo no quiero abrir
los ojos
frente a la torturante luz, ver todo
como si yo no
hubiese existido antes, volver a oír
algún nombre nuevo
de la boca de algún sacerdote

Cuando las esclusas de la carne
se cierran
comienza todo de nuevo
desde el berrido y las secundinas

El hijo del hombre nunca es tan viejo
como de recién nacido
 
 
ARTO MELLERI

La Sura de la sombra

El que no posee
una sombra en su interior
una Sombra a la que uno pueda retirarse
de la multitud humana
una Sombra, una penumbra, un manantial secreto
que murmure pacíficamente
un Manantial cuyas aguas curen
la fiebre del alma

se encuentra desamparado en el desierto,
cegado por el sol,
condenado a creer
en todo espejismo
y la arena del desierto cambia
constantemente de forma,
la ciudad, desaparecida del mapa,
seguirá igual de alejada

El que no posee
una Sombra, una penumbra, un manantial secreto
un Manantial cuyas aguas curen
la fiebre del alma

Desgraciado aquel que no tiene una Sombra en su interior.
 
 
 ARTO MELLERI
Si al hombre no se le molesta,
si no se le ha molestado,
elige bien,
siempre.

Si al hombre se le molesta,
si se le ha molestado,
elige mal
y se altera.
O bien. O
se abstiene de elegir.

Un hombre alterado
es como un nido abandonado.
Alguien se ha acercado sin cuidado.
Ha molestado al nido.
 
 CAJ WESTERBERG
Se compra y se vende
se vende y se compra
nuestra propia vida.
Vaya, vaya.
Bien cara es
y se vende barata.
 
 CAJ WESTERBERG
He adelgazado, por lo que veo. Pero cómo.
            Llevo en el pulgar adecuado
los signos del perro y del caballo.
            Uno hecho con un cuchillo de herrar, el otro,
con un colmillo.
            De las cicatrices nace la vida
y el corazón es una fosa común todavía abierta
            llena de la tela gris del llanto,
ruido metálico de medallas de identidad al viento.
            Siempre en otoño, tiempo de matanza de los pavos,
ando en un trineo con cuatro perros, el quinto
            salta al lado atado como caballo de reserva
cuando un viento frío envuelve los bosques
            y en los campos arden hogueras bien vigiladas.
Así de fogosos son los caballos de batalla de la muerte
            pequeños e iracundos, y el viento del otoño
rojo como la sangre, como los árboles.
 
 
 SIRKKA TURKKA
Lo que echamos en falta no lo perdemos nunca.
Al que hemos amado lo echamos en falta siempre.
No perdemos nunca al que hemos amado.
Al que hemos amado lo amamos siempre.
 
 CLAES ANDERSSON
Toca la piel allí donde más fina es.
Humedece con la lengua los lugares más sensibles.
No introduzcas clavos en el corazón de tu amada.
Cuando vuelan pájaros a través de nosotros nos salen alas.
El que tiene fuerzas para llorar no se ahoga.
No hubo nadie tan protegido como nosotros entusiastas.
Allí donde ocurrió crece ahora un lecho de flores.
 
 CLAES ANDERSSON
Amar es respetar
La independencia del ser amado
Así concibo yo el amor
Dónde coño se habrá metido esta mujer
 
 CLAES ANDERSSON
Nunca accederás a la pista de baile
si tus pies no son lo suficientemente sensibles
como para que puedas andar sin mirar adelante
y pasar al lado de la serpiente sin alarmarla
y sobre las raíces del alerce sin herirlas
 
 PENTTI SAARIKOSKI
Durante estos años es
como si alguien se precipitase a mirar
cuando acabas de escribir la primera letra de un poema
y te preguntase por qué y qué vas a decir,
¿por qué? ¿con qué finalidad?
¿para qué grupo social?
y tuvieses que contestar antes de seguir.
 
 VÄINÖ KIRSTINÄ

Cárcel

Mientras hubo
una posibilidad de huir
se quedaron todos
en la cárcel.

La posibilidad de escaparse
era una libertad que nadie
quería perder.
 
 GÖSTA AGREN
¿Qué cavas
en los rostros de esos hombres?
¿Acaso no están ya suficientemente excavados?
Una excavación
no implica necesariamente una profundización.
Y si tú en uno de esos rostros atormentados
encuentras finalmente un diamante
¿habrás redimido a la humanidad?
¿le habrás dado una imagen más luminosa de mundo?
La llama que perfora el acero
no por ello nos proporciona una luz más duradera.
El agua que ha horadado la roca
ya se ha secado en su surco.
 
 PETER SANDELIN

En el tren


Creo
que la nieve no nieva hacia arriba
porque allí no hay personas que la esperan
ni tampoco andenes de estación.

Creo
que los árboles lo han descubierto
y por eso se han agarrado rápidamente a la tierra
con sus brazos amarillos,

y creo
que yo pienso como un niño
para acercarme también a algo…
 
 PETER SANDELIN
No es la tarea del destructor construir,
no tiene capacidad alguna para construir.
Los constructores llegan después de él,
hacen realidad nuestros sueños.
Si llegan,
                 alguna vez.
 
 PERTTI NIEMINEN
El duque de Chin mandó a fabricar un jarrón para su amada,
la noble dama Chi Liang,
y grabar un mensaje en el bronce.

¡Vida mía! Los días existen y yo existo
y la muerte no me espera, simplemente nos encontramos;

pero ¿para quién queda el amor,
que no se ha grabado en metal?
 
PERTTI NIEMINEN 
 
¿Te dejarías follar por quince euros? me dijo
en la parada del autobús a las 0.42
rodeados de calles vacías y congeladas.
Primero negué con la cabeza, pero luego le dije:
Por dinero, no, pero si pasas la aspiradora y friegas los platos...
Entonces él, a su vez, se negó
y se dio la vuelta abatido para seguir su camino.
 
 EEVA KILPI

Dime si molesto,
dijo él al entrar,
porque me marcho inmediatamente.

No sólo molestas,
contesté,
pones patas arriba toda mi existencia.
Bienvenido.
 
 EEVA KILPI

Antes de que el mar se nos lleve en su abrazo,
te deseo una vez más.
Si nos obliga a separarnos, si nos desgarra las células
del alma y del cuerpo,
quiero que cada una de ellas
cada ciega partícula del cuerpo, cada
tembloroso movimiento del alma
lleve dentro de sí este instante, te lleve a ti,
imagen, recuerdo,
el más hermoso,
el más amargo.

LASSI NUMMI

En la claridad del mediodía
vuelvo mi mirada.
En la oscuridad de medianoche
alargo la mano,
toco.
Piel contra piel:
aquí comienza el hombre.
 
 LASSI NUMMI
Las dos mujeres ancianas, restos.
Las recuerdo y creo que pronto
           apenas nadie más.
¿Qué es lo que recuerdo?
Todas las mañanas bajaban ruidosamente la escalera
y tomaban café.
Anna decía con la voz de los sordos:
“Creo me voy a fregar las tazas ahora.”
María barría el suelo de la casa.
Una salía a dar de comer a las gallinas. La otra
leía el periódico una primera vez.

De joven Anna había caído gravemente enferma, había quedado lisiada y asustadiza
y siempre estaba muy inquieta de que María se fuese a algún sitio.
 
 
 TUOMAS ANHAVA
Me preguntan, no inesperadamente
por qué escribo.
Sé lo que debería contestar:
Escribo porque amo
a la humanidad y quiero
que mejore la situación de los hombres y que puedan vivir juntos
en paz, libertad e igualdad.
Con mis poemas quiero en la medida
de mi escaso talento, contribuir a alcanzar
esa noble meta.

Pero contestar de esa manera
sería pura palabrería.

Escribir es hundir la mano
en tinta, en alquitrán o en tinta de imprenta
y estamparla en una pared
por amor a la impresión,

por el sólo motivo de la impresión
de su mano.

Lo más negro que hay
donde hundir la mano
es la miseria del mundo.
 
 
 LARS HULDÉN
Abruptamente entro
en el solemne salón de la lírica.

Allí están los poetas
escuchando música
en torno al muerto.

¡Qué manera de comportarme!
Algunos señalan mi gorra
otros las botas.
Lo único que me queda es disparar
una perdigonada a la araña de cristal.
 
 
 LARS HULDÉN

Nada


“No se puede vivir sin amar”
“Sí, se puede”, dije
y me vestí de negro
para el último baile de disfraces.

Y tenía la boca llena de polvo
como si se me hubiese secado de tanto llorar
(ahora no había llorado en cincuenta años).

No quiero vuestro cielo, compañeros,
las mendaces promesas, los falsos amigos,
las calles de besos,
las mentiras de espejos huidizos.
Quiero romper el último sello,
la luna que no da luz,
la noche en la que no brilla nada.
 
 
 EEVA-LIISA MANNER
No conozco el ser de las cosas, sí sus cualidades.
Conozco tu ser, no tus cualidades.

¿Por qué esta infinita intriga y capricho?
¿decir cosas frías abrasadoramente? ¿cosas abrasadoras, fríamente?

Cuadratura del círculo, qué multitud de aristas,
y volver a empezar desde el principio: escribir con niebla.

Mira lo que hace en el espejo la mano que escribe:
lo hace todo al revés.
 
 
 EEVA-LIISA MANNER

Zona privada

Perdonar porque uno olvida
sucede como en la naturaleza
donde hasta la rama más espinosa muere,
olvidar porque uno perdona
sucede en el territorio de dios
al que pocos tienen acceso.
 
SOLVEIG von SCHOULTZ 

Corazón


Le dábamos centeno, no mucho,
lo suficiente para que no se cansase,
le dábamos agua, un dedal,
para que tuviese que recordar el manantial
abríamos la puerta, ligeramente
para que el cielo le golpease el ojo
y fijamos un trozo de espejo en su jaula
para que viese directamente la nube.
Inmóvil permanecía con alas palpitantes.

Así cantaba.
 
 
SOLVEIG von SCHOULTZ

Los libros

Los libros piadosos nos enseñan:
Hombre, hazte mejor, mejor,
para parecerte más a Dios.

Cuando crecieron nuestros miembros
y ya podíamos trabajar,
nos pusieron a leer un libro de piedra, el Libro de la Vida.
Pan era su primera palabra
y cada frase terminaba en pan.
Aprendimos a leer aquel libro,
aprendimos a leerlo bien.
Nos fue revelado que la superioridad comienza
cuando el pan se agranda; que la bondad termina
cuando llega el hambre,
y que uno sólo se puede acercar a Dios donde
no hay que luchar por el pan.

El Libro de la Vida habla claro.
De sus palabras se alimentan los que serán sabios de verdad
y nos explicarán la unidad del Pan y el espíritu.
 
 ARVO TURTIAINEN
Tal vez no importe nada
el deslizarse hacia atrás
siempre que se haga con la suficiente
velocidad.
Siempre será mejor
que arrastrarse
hacia delante
(hacia una meta
que en cualquier caso no existe).
 
HENRY PARLAND 

Recuerdo

Lo que conseguimos apenas lo conseguimos
y lo que perdemos apenas lo perdemos.
El día acarició tus sienes
y todavía las acaricia.
Y sin embargo, por lo que veo, la noche ha llegado,
y la humedad de la niebla envuelve la península
y el pájaro acuático de ayer
se calla o ya ha volado a la lejanía.
 
 P.MUSTAPÄÄ
La imagen también tiene un origen
En el espejo más allá del reflejo
La luz crea un origen
y la luz crea el espejo
La oscuridad -¿crea la luz?
 
RABBE ENCKELL

viernes, 23 de noviembre de 2012

Gratitud

Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.
Que los ruidos te perforen los dientes,
como una lima de dentista,
y la memoria se te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros,
una pata de araña;
que sólo puedas alimentarte de barajas usadas
y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,
al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle,
hasta los faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte
ante los tachos de basura
y que todos los habitantes de la ciudad
te confundan con un madero.
Que cuando quieras decir: “Mi amor”,
digas: “Pescado frito”;
que tus manos intenten estrangularte a cada rato,
y que en vez de tirar el cigarrillo,
seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;
que al acostarse junto a ti,
se metamorfosee en sanguijuela,
y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,
para que los espejos, al mirarte,
se suiciden de repugnancia;
que tu único entretenimiento consista en instalarte
en la sala de espera de los dentistas,
disfrazado de cocodrilo,
y que te enamores, tan locamente,
de una caja de hierro,
que no puedas dejar, ni por un solo instante,
de lamerle la cerradura.

Oliveiro Girondo

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Eres el horror de la noche
te amo como se agoniza
eres frágil como la muerte
te amo como se delira
sabes que mi cabeza muere
eres la inmensidad del temor
eres bella como matar
el corazón desmesurado me asfixio
tu vientre desnudo como la noche

mi locura y mi miedo
tienen grandes ojos muertos
la fijeza de la fiebre
lo que mira en esos ojos
es la nada del universo
mis ojos son ciegos cielos
en mi impenetrable noche
está gritando lo imposible
todo se desploma

véndame los ojos
amo la noche
mi corazón es negro
empújame hacia la noche
todo es falso
sufro
el mundo siente la muerte
los pájaros vuelan los ojos desorbitados
eres sombría como un cielo negro


Georges Bataille

Maldad

El silencio eres tú. 
Pleno como lo oscuro,
incalculable 
como una gran llanura 
desierta, desolada, 
sin palmeras de música, 
sin flores, sin palabras. 
Para mi oído atento 
eres noche profunda 
sin auroras posibles. 
No oiré la luz del día, 
porque tu orgullo terco, 
rubio y alto, lo impide. 
El silencio eres tú: 
cuerpo de piedra.
 
 
Manuel Altolaguirre 
De "Soledades juntas"

Cerrando los ojos

Huyo del mal que me enoja 
buscando el bien que me falta. 
Más que las penas que tengo
me duelen las esperanzas.

Tempestades de deseos 
contra los muros del alba 
rompen sus olas. Me ciegan 
los tumultos que levantan.

Nido en el mar. Cuna a flote. 
La flor que lucha en el agua 
me sostiene mar adentro 
y mar afuera me lanza.

Cierro los ojos y miro 
el tiempo interior que canta.
 
 
Manuel Altolaguirre 
De "Poemas en América"

El cuervo

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!


Edgar Allan Poe