La magia de creer para ver

lunes, 31 de diciembre de 2012

Cuento de Tokio

Habitación 1023 del hotel Akasaka.

En la 1022, una mujer
habla por teléfono en su idioma duro,
llora su llanto libre,
sus sílabas de oscuridad entrecortada.

El dolor tiende a la teatralidad,
implica un énfasis. (Un doliente
es siempre un disfrazado por dentro.)

La mujer de la 1022
verbaliza su tragedia expansiva,
llora su llanto enfático.

El huésped de la 1023 tiene sobre la mesa
los regalos pequeños que ha comprado
esta misma mañana.

A través de la ventana se ve el frío de febrero
como una transparencia sólida.
Los grandes cuervos de ciudad crascitan
imitando el llorar metódico de un niño, el sonido
de una sierra que desgarra la muselina del aire,
la rotura de algo hecho de aire.

La mujer de la 1022 vuelve a marcar,
vuelve a gritar, llora de nuevo.

La tragedia de la 1022 en la 1023,
la conjunción anómala de dos destinos
equidistantes, cruzados por un azar
que ni siquiera merece
la simetría mágica que conlleva ese nombre.

Alguien que habla a gritos
y alguien que oye sin entender
más que la retórica del grito.

De repente el silencio. Al poco, el ruido del televisor.
El silencio otra vez, durante unos minutos que parecen
eternidades mudas a la espera de ser profanadas.

Vuelve a marcar un número, tal vez el mismo siempre.
Reinicia su ritual compartido de expiación
de qué, de qué tiniebla
tan hirientemente suya.

El huésped de la 1023
recordará hasta el fin de su tiempo
la tragedia hermética que tiene lugar en la 1022,
la tragedia para él más lejana del mundo,
la más insondable,
separada de la suya por un tabique en el que cuelga
una estampa de Hiroshige:
“Luna de otoño en Tama”.

 
Felipe Benítez Reyes

domingo, 23 de diciembre de 2012

Cavalo Morto

En Cavalo Morto, las muchachas acostumbran a salir de paseo con los soldados. Y luego a quererse.

Sucede entonces algo inverosímil: después de hacer el amor, bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, el nombre de los enamorados: José Antônio, Manuel, Joâo.

Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores entre la maleza. Regresan intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay ya exigencias, cobardías, acontecimientos. Sólo existen los soldados del batallón.

En agosto, enero, igual septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena del camino algo como un rastro de espuma o velo. Los soldados no saben hacer sonetos, ¡pero cómo aman!

De noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si pasas un día por allí y oyes voces, risas y gemidos de amor, no te asustes por miedo a los fantasmas. Son las muchachas amándose con los soldados de Cavalo Morto.
Lêdo Ivo

viernes, 21 de diciembre de 2012

Enemigo invisible

¿Quién me habrá regalado estas tijeras, a mí y a tantos otros, a casi todos, como un decreto ley de regalo? Pues no pienso usarlas.
 Javier Jover

Carrer de Girona

Es difícil vivir. Es muy difícil.
Parece que los otros nunca saben
lo que deben hacer, decir... Se portan
como actores que ignoran hasta el tema
y lo equivocan y estropean todo.

O a lo mejor soy yo quien se ha adentrado
en alguna obra cuyo asunto ignoro
y aquello que hago y digo no concuerda
con la trama que expone la otra gente.

Por eso necesito mucho tiempo.
Tengo que reconstruir cada jornada
el mundo que destruyen los demás.

Y estudiar cada noche las razones
por qué las cosas salen de otro modo
a como las tenía bien planeadas.

Y debo preparar con gran cuidado
lo que yo haré y diré al día siguiente.
Y lo que harán, dirán, también los otros
según las situaciones que programo.

Mas no sucede igual a lo previsto.

Por eso necesito estar a solas.
Necesito estar solo mucho tiempo.
Tengo que reconstruirme cada día
mi mundo, que destruyen los demás.


José María Fonollosa.

martes, 18 de diciembre de 2012

Dos realidades

Pasó un vagón con ruedas escarlata
y carrocería amarilla, nuevo flamante.
"¡Espléndido! -dije-, qué bueno
es estar vivo, cuando la belleza pela
la dura cáscara de la vida". Y tú
dijiste: "¡Espléndido!". Y pensé que habías visto
ese vagón brillando calle abajo;
pero miré y vi que tu mirada había caído
sobre un niño que atizaba puntapiés
a una obscena inmundicia marrón.
Nuestras almas son elefantes, pensé,
aisladas tras estrechos barrotes,
con trompas que asomadas fisgonean
y sobre la realidad se abalanzan;
y cada cual según su dulce antojo
se apodera del pastel que más le gusta
dejando atrás los demás
 
 Aldous Huxley

lunes, 17 de diciembre de 2012

Poema sobre los músicos ciegos

Los ciegos
deambulan en la noche.
Por las noches es mucho más fácil
cruzar la plaza.

Los ciegos viven
a través del tacto,
tocando el mundo con las manos,
no conocen luz ni sombra,
y al encontrarse con las piedras:
de la piedra hacen
paredes.
Detrás de ellas viven los hombres.
Las mujeres.
Los niños.
El dinero.
Son indestructibles.
Por eso
es mejor evitar
las paredes.
La música
chocará con ellas.
La música será absorbida por las piedras.
La música
morirá en ellas
con sus manos atadas.
Es feo morir por las noches.
Es feo morir
a tientas.

Entonces, es más fácil para los ciegos...
Un ciego
cruza la plaza.


Joseph Brodsky

El cura verdugo de Ocaña

Muy de mañana, aún de noche,
Antes de tocar diana,
Como presagio funesto
Cruzó el patio la sotana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Llegó al pabellón de celdas,
Allí oímos sus pisadas
Y los cerrojos lanzaron
Agudos gritos de alarma.
“¡Valor, hijos míos,
que así Dios lo manda!”
Cobarde y cínico al tiempo
Tras los civiles se guarda,
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Los civiles temblorosos
Les ataron por la espalda
Para no ver aquellos ojos
Que mordían, que abrasaban.
Camino de Yepes van,
Gigantes de un pueblo heroico,
Camino de Yepes van.
Su vida ofrendan a España,
Una canción en los labios
Con la que besan la Patria.
El cura marcha detrás,
Ensuciando la mañana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!
Diecisiete disparos
Taladraron la mañana
Y fueron en nuestros pechos
Otras tantas puñaladas.
Los pájaros lugareños
Que sus plumas alisaban,
Se escondieron en los nidos
Suspendiendo su alborada.
La Luna lo veía y se tapaba
Por no fijar su mirada
En el libro, en la cruz
Y en la “star” ya descargada.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Miguel Hernández

viernes, 14 de diciembre de 2012

Tienda de humo

TIENDA DE HUMO
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves!, y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.


Fernando Pessoa

Candado

Después de decidirme a no quedarme
candado para siempre por la culpa de no se sabe qué
me decidí a moverme y les mandé mudarse mis palabras
y a mi lámpara sorda que se prende y que nadie contesta.
Todo se queda quieto, el equipal se calla de repente.
Cerré la puerta y me tragué la llave.
Llevo a pasear la llave
como un bastón interno que me apoya y despeja banquetas.
A veces se detiene para abrirle sonidos a las hojas, hojas secas
como si fueran pasos que se quiebran,
como si fueran peces que se arrastran
y doblan a las calles las esquinas
enseñándoles mar, poniéndoles corrientes
apartándoles piedras para hacer arrecifes
al repetir la punta de las sales.
No soy yo el que sale: es la sangre que deambula
contra los vientos y contra la mañana,
caminando despacio porque tiene la llave.
La llave que abre puertas donde no existen muros.
 
 
Eduardo Casar

jueves, 13 de diciembre de 2012

De todo, quedaron tres cosas:
la certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido
antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caida, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente, de la búsqueda... un encuentro

FERNANDO PESSOA

Yo soy...


Alejandra Pizarnik

Palabra (o pausa...)

El silencio ignora a qué lugar pertenece.
Se imagina solitario,
se concentra en descubrirse.

Sabe ser…
(pausa).


Y mira por los ventanales estúpidos paisajes
– de formas insólitas y sonidos otorgados-

La palabra aislada en su vientre no es capaz de significar.

La desea así…
desnuda,
sorprendida en un recodo del ritmo.

Siempre albergando la esperanza de amarla libremente,
adaptado al contorno de su cuerpo.

Con un lenguaje penitente
(todavía).

Ana María Arroyo.

De Senectute

No estoy aquí, en la última milla, para dirigir un discurso
filosófico cual Catón el Antiguo, severo patricio, un tratado
en pulida prosa rítmica y académico estilo ciceroniano. Estoy
            aquí,
en la última milla, en la primera, en la única milla
―siempre en mitad del camino
de la muerte―,
para acompañarme a mí mismo
(pues todos somos a la vez la víctima y el verdugo.
Y todos inocentes: mortales).

La nieve ha borrado el aromático rastro del seto, el sonido
            de toda huella,
ha enmudecido a los pájaros,
ha igualado el prismático despliegue del arcoiris,
ojos de agua ciega, sordera absoluta, privación del sentido.

Me he quedado en encías,
como un grotesco lactante de ochenta años,
de ochenta siglos,
en fábulas, en desmemorias, en muecas inútiles.
Cuna y tumba, rosa y ceniza, polos que se atraen y repelen,
ártico y antártico, igualmente glaciales
(y ecuador quimérico).

Noche a noche mi cama prefigura más su condición de féretro,
blando ataúd donde entierro como en arena mis ilusiones
            extintas, mis sueños de insomne.
La velada lámpara, la menguante luna asomada a cristales
me arropan en claror espectral, me envuelven, esbozan
los contornos de los objetos que me rodean
obstinados en inmutable presente, en materia
durable ―caoba, mármol, metal, cuero,
lienzo y papeles frágiles, pero ajenos
al desgaste, a la consunción (objetos de mi propiedad:
yo los llamo puerilmente míos). Lo mismo que afuera
los arbolillos de la calle mudando perennemente de hoja
persisten en su ser de árboles sólo, de acacias idénticas,
la piedra de las casas, el asfalto urbano
indiferente a los surcos que imprime en él el tránsito rodado
            del hombre urgido,
del transeúnte que no va a parte alguna:
todos sus trayectos son viajes de retorno, sin retorno,
            agitación baldía.

La última milla se inicia ya en los primeros pasos,
y antes de los primeros, cuando el niño aún no puede
caminar, cuando en la matriz, en la celda
del penal materno, incomunicado, oprimido,
inconsciente del lejano pecado, privado de habla
y de gesto, es incapaz de asumir su propia defensa,
no puede protestar ni apelar a nadie por su inaudita condena.

No llores, porque nadie habrá de escucharte.
No abras el balcón: da sobre la niebla.
No empieces a gemir tan temprano: aun es noche.
No pierdas desde ahora lo último que se pierde.
Calla, consuélate de la vida con la vida misma.
Lo que en último término te cobija es tu desamparo.
Umbral del frío, feliz año nuevo, feliz año viejo,
dichoso año único.
Todo el pasado incumplido está aún delante de ti.
Ayer te aleccionó el futuro.

¿No lograste acaso cuanto deseaste de veras
y muchas otras cosas que ni siquiera soñaste?
¿En qué te sientes, pues, defraudado?
¿A qué aspiras en el poniente?
Has plantado un árbol, has tenido un hijo, has escrito un
libro,
siempre un mismo libro,
un solo verso interminable.
Y te quejas, dices: “¿Qué importa la posteridad
sin la anterioridad? ¿De qué vale que me conozca el futuro
si me ignora el pasado?”.

La vejez por naturaleza es algo habladora.
Nada tiene de extraño que te repitas,
que vuelvas en vana espiral a lo que te atribuló o te alentó,
que percibas aún el aroma del jardín primero.
La memoria disminuye si no se ejercita.
Desmemoriado y sin esperanza,
contémplate sentado entre los cipreses,
setos en flor y carcomidas estatuas,
el pájaro en la rama, la paloma en la piedra. Mira, toca
            en el mármol
tu muerte ayer, tu diaria ceniza. Advierte la fuente,
el agua que corre… Y quédate solo
con la ilusoria renta de tus manos,
luces borradas, palabras caídas.


De ULTIMA THULE 

Vicente Gaos

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Gestación de un poeta o un demente (Experimento 7)

Eres vulnerable
Hay espías al tanto de que tu nombre es un seudónimo ignorado de alguien insignificante.
Un burdo alias que te representa pero no te identifica
Una máscara, a tu pesar, implorante

Eres vulnerable
Han descubierto que tú no eres quien eres ni el que aparenta
tu sombrero ni tus zapatos soportan.
Una coartada que camufla otra vida secreta

Te ha sido dado conocer la fortaleza
aunque ya no sueñas con caballos salvajes al galope
Eres fuerte

Eres frágil, amor
un pétalo te hiere los ojos como un sable.

Te llamaré piedra
Y sobre esta roca en la que te di a conocer que eras vulnerable
Edificaré un poeta
(O un demente)
Son los riesgos de pasarse o quedarse corto
al digerír los versos y las pócimas.


Mariano Crespo Martínez

martes, 11 de diciembre de 2012

Novedad

Quiero para mí
palabras nuevas
Que no hayas pronunciado antes
cosas no dichas,
no escritas,

no declamadas.

No quiero versos ya regalados,
no quiero halagos manoseados,
no quiero letra impresa sin emoción,
no quiero tinta caduca,
no quiero sueños
para múltiples soñadores

No quiero nada de otro
nada que no sea mío,
que no me pertenezca.
No quiero nada que otros
hayan portado o exhibido,
no quiero nada de segunda mano,
no quiero un canje literario.

Estrena para mí,
ofréceme novedad,
aunque no haya nada nuevo bajo el sol...

Piensa algo para mí,
sólo mío.....

 
Bohemia

Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la obediencia

Me gusta recordar que he nacido en Granada:
Libreros, una calle tan pequeña que iba a dar clase
por la noche;
la cerraba, a la izquierda, una pared arzobispal,
una pared muy digna y casi sin ventanas;
generalmente la cubría una pizca de cielo desconchado.
Sí, señor, así fue, no necesita
que le diga mi nombre,
no es preciso,
no lo va a recordar. [...]
No cabe vivir más,
sólo quiero decirle que esa vestiduría,
me causó un sufrimiento tan intenso que recorrió mi
cuerpo hasta llegar a hoy,
no sé cómo,
no sé
pero con él vino hasta mí la despreguntación,
y viví en un dolor la vida entera:
al ponerme la enagura tuve la sensación de entrar por
vez primera en la oficina,
al ponerme las medias sentí un dolor de parto,
al ponerme las bragas se me cayó una mano en el
infierno,
y vi la mano arder,
y yo seguía vistiéndome sin manos,
Sí, señor, así fue,
aún me dura la humillación, el uniforme era tan largo en mi cuerpo de niño como si
me vistiera con la guerra civil,
y cuando todo estaba terminado me puse en la
cabeza un sombrero de niña y aquel sombrero era la muerte de mis padres.


Luis Rosales

Palabras a una hija que no tengo

PALABRAS A UNA HIJA QUE NO TENGO

Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:
a veces necesito saber que tienes miedo.

Cuando sepas hablar, dame mi nombre;
diciéndome papá habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
(no está el mundo como para negarse)
pero apréndete esto en cuanto puedas:
más frecuente es lo amargo, que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula
y llegada la hora quiero que escribas “mar”
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando cruces por fin la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que en el fondo no soy un optimista:
de lo contrario tú no estarías ahí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora.
Existe la alegría, pero duele;
tendrás que conseguirla.
Y cuando la consigas tendrás miedo.

(Andrés Neuman)

lunes, 10 de diciembre de 2012

Estrella de la Tarde II

Llora rocío su triste primavera,
helando fuentes de amarga hiel;
tempestad exhala del otoño caído,
gime la tierra con su aliento pétreo.

Ardor con tibieza desatado,
que esculpe los astros en sangre;
mar embravecido por la pena,
ungida de laborioso crepúsculo.

¿Por qué esperar la caída?
Mientras se disipa su mundo perece,
y nadie llorará ya por el recuerdo.

¿Por quién sentir la melancolía?
Si la memoria pervive en el océano,
naufragaré hasta hallar paraísos perdidos.



Daniel Puche Díaz

Estrella de la Tarde I

Cuando sus mejillas se caldean,
y fluye , lento, como de almíbar,
el espíritu que la anima,

cae el cielo nublado que observa,
único testigo, de lo que es,
y siente la tierra pararse en estruendoso silencio.

Silencio.

Firmes brazos de algodón
rodean el fino cuello,
y tibia la sangre asciende,
lenta, a su entero dominio.

Dulce fruta madura,
que encierra el tesoro
de su sagrado jugo:
nadie lo ha hollado.

Quiero descansar eternamente sobre su pecho.

Suave piel,
excelso engaño de Prometeo;
funde perfecta sobre la tierna carne,

baila debajo, lenta, su sangre,
incesante, al son báquico
de su palpitante dueño.

Sueño.

Grácil, intacta ante el cuadro,
del mal, lento, que no cesa,
y pasa encima sin esfuerzo
con alas de etérea música.

De la naturaleza enemiga,
odiada por lo bello,
que incluso en los eternos,
indiferente, ha de crear envidia.

Quiero dormir eternamente sobre su pecho.

Llueve, triste, el otoño,
melancólico compañero
que nunca deja su dominio pasajero.

Y el alma, lenta, cree
descender a los profundos infiernos,
donde reina el inmortal olvido.

Olvido.

Pero reverdece la lluvia
bajo su mirada atenta,
lo que siempre hubo
de putrefacta y amarga hiel.

Y canta el implacable viento
una nueva melodía, lenta,
que induce al dulce sueño,
y rescata la vieja alma herida.

Quiero soñar eternamente sobre su pecho.



Daniel Puche Díaz

Consejos

Dice la razón: Busquemos
la verdad.
Y el corazón: Vanidad.
La verdad ya la tenemos.
La razón: ¡Ay, quién alcanza
la verdad!
El corazón: Vanidad.
La verdad es la esperanza.
Dice la razón: Tú mientes.
Y contesta el corazón:
Quien miente eres tú, razón.
que dices lo que no sientes.
La razón: Jamás podremos
entendernos, corazón.
El corazón: Lo veremos. 


Antonio Machado

Encargo

Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.

Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.

Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.

Id de manera amistosa,
id con palabras sinceras.
Ansiad el hallazgo de males nuevos y de un nuevo bien,
oponeos a todas las formas de opresión.
Id a quienes la mediana edad ha engordado,
a los que han perdido el interés.

Id a los adolescentes a quienes les asfixia la familia…
¡Oh, qué asqueroso resulta
ver tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!
Es como un árbol viejo con retoños
y con algunas ramas podridas y cayéndose.

Salid y desafiad la opinión,
id contra este cautiverio vegetal de la sangre.
Id contra todas las clases de manos muertas.


Ezra Pound
Nada, ni siquiera la vergüenza,
cambia una verdad
ya terminada.

Es la limpísima llanura en mate
de los puzzles acabados
veinte veces.

Por eso, nada.
Ni un pelo de punta ante las fotos
reveladas con retraso.

Nada, aunque oiga sobre ellas pasos
de gatos y de otros animales
que no salieron.

Ya es mía, y para siempre
esa boca con sonrisa
y con dos o tres ratones quietos.

Si al menos hubieras sido una
de todas las que fuiste hambrienta.


Maria Ángeles Maeso

martes, 4 de diciembre de 2012

A él

No existe lazo ya: todo está roto:
plúgole al cielo así: ¡bendito sea¡
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.


Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido: el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano…
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡ gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento:
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre…
ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada…
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro…
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Versos del caminante

Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.

Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

II

Poesía,
tristeza honda y ambición del alma,
cuándo te darás a todos... a todos,
al príncipe y al paria,
a todos...
sin ritmo y sin palabras!

III

Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras,
luego contarás las estrellas.

IV

Poeta
ni de tu corazón,
ni de tu pensamiento.
Entre todos los hombres las labraron
y entre todos los hombres en los huesos
de tus costillas las hincaron.
La mano más humilde
te ha clavado
un ensueño...
una pluma de amor en el costado.
 
V
No andes errante...
y busca tu camino.
-Dejadme-.
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio.
 
 
León Felipe

Mi país

Un teléfono arrancado,
un coche celular que frena, me mira
y vuelve a acelerar,
restos de una barricada ardiendo,
los semáforos como muertos puestos de pie,
este frío
que casi impide
respirar:
ésa es
la inhóspita geografía
que he atravesado esta noche
para llegar hasta ti.
Tu piel,
mi país: donde el sol
se quedó a vivir.

Karmelo Iribarren.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Fastos

El verano cantaba sobre su roca preferida cuando apareciste ante mí, el verano cantaba apartado de nosotros que éramos silencio, simpatía, libertad triste, mar aún más que el mar cuya larga pala azul jugaba a nuestros pies.
El verano cantaba y tu corazón nadaba lejos de él. Yo besaba tu valentía, oía tu desasosiego. Senda por el absoluto de las olas hacia esos altos picos de espuma por donde cruzan virtudes asesinas para las manos que transportan nuestras casas. No éramos crédulos. Nos agasajaban.
Pasaron los años. Las tormentas murieron. El mundo se fue. Me dolía sentir que tu corazón justamente ya no me percibía. Te amaba. En mi ausencia de rostro y mi vacío de felicidad. Te amaba, cambiante en todo, fiel a ti.

René Char