La magia de creer para ver

sábado, 15 de junio de 2013

Felices los normales

Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Roberto Fernández Retamar

miércoles, 12 de junio de 2013

Canción del antiavionista


Que vienen, vienen, vienen
los lentos, lentos, lentos,
los ávidos, los fúnebres,
los aéreos carniceros.

Que nunca, nunca, nunca
su tenebroso vuelo
podrá ser confundido
con el de los jilgueros.

Que asaltan las palomas
sin hiel. Que van sedientos
de sangre, sangre, sangre,
de cuerpos, cuerpos, cuerpos.

Que el mundo no es el mundo.
Que el cielo no es el cielo,
sino el rincón del crimen
más negro, negro, negro.

Que han deshonrado al pájaro.
Que van de pueblo en pueblo,
desolación y ruina
sembrando, removiendo.

Que vienen, vienen, vienen
con sed de cementerio
dejando atrás un rastro
de muertos, muertos, muertos.

Que ven los hospitales
lo mismo que los cuervos.

Que nadie duerme, nadie.
Que nadie está despierto.
Que toda madre vive
pendiente del silencio,
del ay de la sirena,
con la ansiedad al cuello,
sin voz, sin paz, sin casa,
sin sueño.

Que nadie, nadie, nadie
lo olvide ni un momento.
Que no es posible el crimen.
Que no es posible esto.
Que tierra nuestra quieren.
Que tierra les daremos
en un hoyo, a puñados:
que queden satisfechos.

Que caigan, caigan: caigan.
Que fuego, fuego: fuego.


Miguel Hernández

Ese otro ser


Cierro los ojos, lentamente,
y me sumerjo en un letargo sin tiempo,
silencioso, distante, lejano...
cierro los ojos y me encuentro
con el ser que está en mi interior
lleno de miedos, de preguntas,
lleno de dolores y de angustias,
ese ser que se siente abatido,
que a veces no razona.
Lo observo y con imperante voz
lo invito a que viajemos juntos
por esta vía sin final preciso,
que me ayude a sentirme segura,
que no me hunda con sus miedos,
que no me lleve al abismo.
cierro los ojos y observo,
el camino del retorno no está tan lejos,
yo no quiero transitarlo,
y ese otro ser que está en mí
me seduce, con gestos de dolor
me invita a recorrerlo una vez más.
Ese otro ser no puede estar en mí,
una vez lo despedí de mi interior,
lo condené a la muerte.
Abro los ojos y descubro que soñé,
que solo soy yo, que no hay nadie más,
que ese otro ser soy yo misma,
solo que decidida a no retornar.


Teresa Aburto Unibe

Para quién escribo

              I


¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista
        o simplemente el curioso.

 

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni  para
        su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice
        admonitorio entre las tristes ondas de música.


Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora
         entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los im-   
         pertinentes).


Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
         corre por la calle como si fuera a abrir las  puertas
         a la aurora.


O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
        chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma,   
        le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.


Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí,
        pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).


Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura,
        viviendo en el mundo.


Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora
        de muchas vidas, y manos cansadas.


Escribo para el enamorado; para el que pasó con su angustia
        en los ojos; para el que le oyó; para el que al pasar no      
        miró; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no 
         le oyeron.


Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
        escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
        pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
        oírme,
está mi palabra.



II



Pero escribo también para el asesino. Para el que con
         los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió
         muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido. 


Para el que se irguió como torre de indignación, y se
        desplomó sobre el mundo.


Y para las mujeres muertas y para los niños muertos, y
        para los hombres agonizantes.


Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la
        ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadá-
        veres.


Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su cora-
         zón, su tierna medalla, y por allí pasó  un ejército de
        depredadores.


Y para el ejército de depredadores, que en una galopada
        final fue a hundirse en las aguas.


Y para esas aguas, para el mar infinito.


Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limita-
        ción casi humana, como un pecho vivido.


(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el cora-   
        zón del mar, está en ese pulso.)


Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final,
        en cuyo seno alguien duerme.


Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regu-
        lador y el naciente, el finado y el húmedo, el seco
        de voluntad y el híspido como torre.


Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el
        triste, para la voz sin materia
        y para toda la materia del mundo.


Para tí, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar,
        estás leyendo estas letras.


    Para tí y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo.


De En un vasto dominio
Vicente Aleixandre

El juicio final


Yo, pecador, artista del pecado,
comido por el ansia hasta los tuétanos,
yo, tropel de esperanza y de fracasos,
estatua del dolor, firma del viento.

Yo, pecador, en fin, desesperado
de sombras y de sueños: me confieso
que soy un hombre en situación de hablaros
de la vida. Pequé. No me arrepiento.

Nací para narrar con estos labios
que barrerá la muerte un día de éstos,
espléndidas caídas en picado
del bello avión aquel de carne y hueso.

Alas arriba disparó los brazos,
alardeando de tan alto invento;
plumas de níquel. Escribid despacio.
Helas aquí, hincadas en el suelo.

Este es mi sitio. Mi terreno. Campo
de aterrizaje de mis ansias. Cielo
al revés. Es mi sitio y no lo cambio
por ninguno. Caí. No me arrepiento.

Ímpetus nuevos nacerán, más altos.
Llegaré por mis pies -¿para qué os quiero?-
a la patria del hombre: al cielo raso
de sombras ésas y de sueños ésos



Blas de Otero

Cantar de amigo


Quiero escribir de día.
De cara al hombre de la calle,
y qué
terrible si no se parase.

Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde.

Quiero escribir de día.

De los álamos tengo envidia,
de ver cómo los menea el aire.


De "En castellano", París 1959
Blas de Otero

Desnatada

Estoy al borde de ser borde,
me lo noto.
El precipicio crece,
estoy cansada.
Estoy al borde de ser borde,
estoy a punto
de nieve
mucha nieve. Estoy helada.

Estoy al borde de ser borde
y duele mucho.
¡Dios mío, hazme mediocre!
Estoy cansada
de apostarme la vida a cada instante,
de ir desnuda y verter en todo, el alma.

Déjame que me quede aquí
en el medio,
envuelta en celofán,
bien razonada.

Dame mesura, Dios,
dame mesura,
mesura chapucera y cotidiana.

Hazme mediocre, Dios
hazme mediocre.
En vez de corazón
una ensaimada.
Y el alma en tetra-brik
para que dure....

Ten compasión
y hazme desnatada.

Belén Reyes

lunes, 10 de junio de 2013

Sinopsis

Podéis robármelo todo:
las ideas, las palabras, las imágenes,
y también las metáforas, los temas, los
motivos,
los símbolos, y la primacía
en los dolores sufridos de una lengua nueva,
en el entendimiento de otros, en la valentía
de combatir, juzgar, de penetrar
en asuntos de amor para los que estáis castrados.
Y podéis también no citarme,
suprimirme, ignorarme, aclamar incluso
a otros ladrones más felices.
No me importa: el castigo
será terrible. No sólo cuando
vuestros nietos no sepan ya quiénes fuisteis
y sepan más de mí
de lo que vosotros fingís que no sabéis;
todo, todo cuanto laboriosamente robáis
reverterá en mi nombre. Y será mío,
tenido por mío, contado como mío,
incluso lo poco y miserable
que por vosotros mismos, sin robar, hayáis hecho.
Nada tendréis, nada de nada: ni siquiera huesos,
pues un esqueleto de los vuestros será buscado
para pasar por mío. Para que otros ladrones,
iguales a vosotros, de rodillas, le pongan flores
en el túmulo.

Jorge de Sena

domingo, 9 de junio de 2013

La vana palabra

Me has mirado por tantos rostros...
me has acariciado con tantas manos...
has brizado mi cuerpo con tu aliento
y sorprendido mis ojos con tu halo brillante,
has llenado mi cesto con doradas monedas
y extendido canciones de boda
a los pies de las albas,
pero jamás te he visto,
jamás a solas contigo,
jamás se termina esta desgracia
de la vana palabra que me aleja de ti.


Manuel Pérez Villanueva

Inodoro

Me identificoro más y más con los que no
conoz-coro
Me identifico, no conozco.
Y las muje-jeres y los hom-bres-bres me
siguen sorprendiendo
Mujeres, hombres. Sorpresa.
Porquere somos parte del señor que hace los
tacos en la esquinara,
Los tacos y el señor.
Y también del chofere que transitara a penas
duras sui generis peseroro
Camión, también, duras poco.
Porquere somos los que servimoros de
estadísticaras
para las cienciosas de hoy día:
Unoro, dosoro, tresoro,
Uno-dos-tres,
tres veces tres y siete veces seis,
cientoro por cientoro
545 veces al año
¡de todos mododoros vamoros a morir!
Modos de morir.
Igual se entretiene el gatoro con una hebra
de hilo.
Gato hebra.
Entretenidos estamos,
Tenidos entre que estamos
Porquere somos, somos cosmoros:
somos porque.

Caliche Caroma

Frío como el invierno

Roma, 1995

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                          
Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                            
lo mismo
que un oso en una jaula;
                                                
marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
                           
pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
                                
La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
                           
Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                                  
leo a Ungaretti,
                                                                    
pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
                                             
Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                                  
de repente
alargas una mano,
                                     
buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...

Mientras,
                     
yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.

De "Todos nosotros" 1998
Benjamín Prado

El poeta

A veces no quisiera
morder una canción en la naranja;
ni oír que en el reloj se enrosca lentamente
la anaconda del día;
ni buscarle a los muros blancos de lo visible
las grietas donde crece
la flor oscura de la realidad.

A veces siento envidia de quien no está obligado
a abrir en cada nombre en tragaluz
que aclare
su infierno y su sentido;
quien no ve en la escalera
                                        la terrible
                                                    columna
                                                                  vertebral
del dragón de los sótanos
o no intuye en las cruces el ancla de la muerte.

Qué hermoso debe ser un diccionario
en el que las palabras no sean contraseñas,
ni llaves,
ni victorias,
ni redes,
ni aduanas,
sino sólo ellas mismas: huracán, cicatriz,
selva,
música,
amante,
silencio,
rompeolas…

A veces
no querría imaginar que existes,
ni soñar que las líneas de mi poema dejan
un zarpazo en tu piel.

Porque es dulce cortar el alambre de espino
de los versos tachados;
saber que en el maíz se deletrea un tigre;
bajar a las palabras en busca de su música,
ser su centro
como la capital del dolor es la herida;
y a la vez es tan duro
admitir que padeces
la maldición de todo lo que al no ser exacto
tiene que conformarse
con ser sólo infinito:
cada poema trata
de lo que no ha logrado el poema anterior.

Dime tú si al final tendré que arrepentirme.


De “Marea convocada” (segunda edición) 2010
Benjamín Prado

4 de octubre en Landmark Hotel

-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.


De "Cobijo contra la tormenta" 1995

Benjamín Prado

Conversación en la isla

-Escribir un poema es intentar desatarse,
adivinar en qué mano está la moneda
-dije yo-. Tú mirabas
el sol igual que un fuego encima de la isla
y yo dije: -La poesía empieza
cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba
pero aún tienes miedo.
Yo veía
las torres blancas. Tú dijiste: -Es raro,
nos gustaría huir
pero nadie nos sigue.

Junto al agua,
partiendo nuestras vidas,
cortándonos las manos al coger los cristales,
tú dijiste: -La poesía es todo
lo que hay entre un disparo y el animal herido.
Parecías
tan lejos, tan a salvo
de ti y de mí;
distinta igual que siempre,
rota y vuelta a armar de una manera nueva.

El sol se fue. La noche
se acercaba y yo dije: -¿Recuerdas que jugábamos
a poner nuestros años
al lado de la Historia? Por ejemplo:
aprobaste Latín y Armstrong llegó a la luna...
Y tú dijiste: -El fuego
de los días,
la suma
de las horas,
las letras de "Armstrong llegó a la luna"...
Estábamos tan solos,
tan cansados,
como perros perdidos en medio de la lluvia,
como hombres mirando la noche desde una casa vacía.

Vi las últimas luces de la costa y el cielo
extraño encima de la playa. -A veces
-dije- no hay más que eso
y algún sitio donde ir pero ningún sitio donde quedarte
y palabras que son las piezas del abismo
y recuerdos igual que disparos en una diana.

Luego llegó la luz, el ruido azul
de la mañana,
mientras tú decías:
-Te di mi corazón y quisiste mis sueños,
te di mis sueños pero quisiste mi esperanza.
y yo dije: -Sí, es eso. Eso es todo:
una sola mujer y un millón de maneras de perderla.
Me miraste. Dijiste: -¿Y después? Y yo dije:
-Nada. Después no hay nada.
Después de eso
tenemos que estar juntos para siempre.

Nos quedamos callados,
junto al agua,
mientras la luz rompía el orden de la noche,
mientras el mar se estrellaba contra los nombres de las ciudades.
Mirando el sol sobre las torres blancas.
Cada uno observando su corazón moverse
lo mismo que un pez rojo en la oscuridad de un río.

La sombra de las torres se parecía a mi vida.

Cada uno protegido por su propio dolor,
como ángeles mirando una tormenta desde el fondo del cielo.



De "Todos nosotros" 1998
Benjamín Prado

domingo, 2 de junio de 2013

Mi universidad

¿Sabe francés,
restar,
multiplicar?

¡Declina maravillosamente!
¡Que decline!
Pero oiga,
¿acaso usted podría cantar a dúo,
con los edificios?
¿Usted acaso comprende
el idioma de los tranvías?
El hombre, a veces,
apenas sale del cascarón
y ya lleva libros bajo el brazo,
y cuadernos escritos.
Yo,
aprendí el alfabeto en los letreros,
hojeando páginas de estaño y hierro.
Los maestros,
toman la tierra,
la descarnan,
la destrozan,
y enseñan:
-Toda ella
no es más que un globo pequeño, redondo.
Pero yo,
con los codos aprendí geografía.
No en vano he dormido tanto sobre la tierra.
Los historiadores se atormentan con importantes preguntas:

-¿Era o no era roja la barba de Barbarroja?
¡Que sea!
No me gusta meterme en las mentiras con telaraña.

Yo conozco de Moscú, cualquiera de sus historias.

Hablan de Dobroliubov (para que lo odien)
pero su apellido está en contra,
protesta la familia.
Yo,
desde niño
aprendí a odiar a los gordos,
a los que se venden por una comida.
Se sientan,
charlan,
y para gustarle a la dama,
hacen sonar sus pobres ideas
con sus frentes llenas de monedas.
Yo,
dialogaba sólo con los edificios,
y las tomas de agua eran mis interlocutoras.
Con la ventana del oído atento escuchando,
los techos oían lo que les arrojaba al oído.
Y luego,
de noche,
sobre una cosa
o la otra
nos pasábamos charlando,
moviendo la "sin hueso".


Vladimir Mayakovski