La magia de creer para ver

domingo, 29 de diciembre de 2013

Verano, ardor, presencia

No oiré cantar este año la cigarra,
su lenta perdición,
su fuego fatuo.
No sabré qué es aroma.
No tendré el frenesí de la existencia
surto en el corazón.
La vívida corona que el estío
puso sobre mi sien, año tras año,
se habrá quedado en vilo sin la frente
donde posarse: un sueño se ha extinguido.

Todo es inmensidad y fuerza ciega
que en vaivén prevalece.
Ayer se es rey del campo,
hoy paria en la ciudad.
Y donde hubo noches estrelladas,
algún fulgor errante,
y hasta el amor, tal vez, cuando una puerta
dejó pasar insomne como un astro,
alguna aparición,
ved lo que queda: un eco.

Cada momento nuevo nos sorprende
como una lejanía.
Nos parece lejano como un trance
que ya se consumó. Lo que en su flujo
nos va dando a beber, veneno o néctar,
nos sabe a cosa rara y peregrina
más vieja que nosotros,
y casi se diría que el presente
no es nunca realidad, de tal manera
cumplimos maquinales los hervores
que la suerte o desgracia nos depara
improvisadamente.

Qué prodigio
vernos sustituidos, inestables,
por otro yo, por otras situaciones.
Ayer había un fuego en torno nuestro
hoy un pozo de sombra.
Y el organismo nuevo se revierte
al trasegar del cuerpo de la llama
al hoyo tan profundo: es cosa hecha.
Se lucha por saber.
Pero somos llevados y traídos
como los cachivaches insensibles
que acompañan al hombre en los cuidados
de sus desplazamientos. ¡Insensibles!
Ah, si la piel pudiera estar tranquila
bajo tanto mensaje.
Si la mano y el ojo no estuvieran
tan tiernamente unidos,
sedosamente unidos y esperando
siempre la presa audaz
que más que posesión será un recuerdo.
¿Seríamos entonces lo que somos?
No, más bien realidades.
Seríamos presente.
Presencia nada más, presencia pura.
No haríamos volver nuestras miradas
al pasado infernal, no aspiraría
ya el descontento a sueños imposibles.
Ni el recuerdo ni un mito de esperanza.
Como aquellas parejas de otro tiempo
que en el quicio entreabierto de la noche
dialogaban de amor,
se fundían de amor,
sin que ella se avanzara o él entrara
más de lo que el dintel les permitía.
Un vibrante postigo en el que estamos
sin entrar ni salir, sin añoranzas,
sin ambiciones, quietos, favorables,
recibiendo presencia y más presencia,
viviendo lo que somos: hoy, ahora.
Juntando realidad.


Juan Gil-Albert‏

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