La magia de creer para ver

viernes, 6 de septiembre de 2013

Dos cafés en El Español

Dos cafés en El Español, las últimas
brillantes gotas de dorado Barsac en una copa,
pasta de higo y garrapiñados... Hardy está muerto,
y James y Conrad muertos, y Shakespeare muerto,
y el viejo Moore madura para una tumba obscena,
y Yeats para una estéril; y yo, y tú.
¿Qué sudarios para nosotros, qué tablas y ladrillos,
qué farsas, velas, preces y piadosos engaños?
Tú estarás envuelta en escarlata de Siria, mujer
y te pondrán tus perlas, y brillantes pulseras
y tu anillo de ágata, y colgará en tu cuello
tu lapislázuli azul con pintas de oro.
Y yo, a tu lado -¡ah! pero ¿será así?
Porque hay oscuras corrientes en este mundo oscuro, señora,
corrientes del Golfo y Árticas del alma;
y yo seré quizás, antes que nuestra consumación
nos acueste juntos, mejilla contra mejilla, bajo la tierra
barrido a otra costa donde mis blancos huesos
yacerán olvidados o profanados por gaviotas.

¿Qué dignidad podrá la muerte conferir a nosotros,
que nos besamos bajo un farol en la calle, nos cogemos de las manos
medio ocultos en un taxi o repletos
de café, de higos y Barsac nos dirigimos
a una oscura alcoba en una casa carcomida?
La aspidistra guarda la puerta; entramos,
per aspidiastra –luego ad satra- ¿no es así?
Y nos enllavamos seguros en nuestras tinieblas
nos soltamos del terror... aquí está mi mano,
la cicatriz blanca en mi pulgar, y aquí está mi boca,
para acallar tu rumor, tendidos sin hablar
pensemos en Hardy, Shakespeare, Yeats o James;
calmemos con mágicos nombres nuestro pánico.
Miremos al techo, donde los focos de los taxis
forman espectros de luz, y veamos, más allá de este techo,
aquel otro lecho en que no nos moveremos:
y, juntos o separados, no amaremos.

Conrad Aiken

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