La magia de creer para ver

martes, 1 de octubre de 2013

El haber

Queda, por encima de todo, esa capacidad de ternura
Esa intimidad perfecta con el silencio.
Queda esa voz íntima pidiendo perdón por todo
-¡Perdónalos, ellos no tienen la culpa de haber nacido!
Queda ese antiguo respeto por la noche, ese hablar bajo,
Esa mano que tantea antes de tener, ese miedo
A herir tocando, esa fuerte mano de hombre
Llena de mansitud para con todo lo que existe
Queda esa inmovilidad, esa economía de gestos
Esa inercia cada vez más grande ante el Infinito
Ese tartamudeo infantil de querer expresar lo inexpresable
Ese rechazo incondicional a la poesía no vivida.
Queda esa comunión con los sonidos, ese sentimiento
De materia en reposo, esa angustia de la simultaneidad
Del tiempo, esa lenta descomposición poética
En busca de una sola vida, una sola muerte, un solo Vinicius.
Queda ese corazón ardiendo como una vela
En una catedral en ruinas, esa tristeza
Ante lo cotidiano, o esa súbita alegría
Al oír de madrugada pasos que se pierden sin memoria…

Queda ese querer llorar ante la belleza
Esa cólera ciega de cara a la injusticia o el malentendido
Esa inmensa piedad de sí mismo, esa inmensa
Piedad de su inútil poesía y su fuerza inútil.

Queda ese sentimiento de infancia súbitamente desentrañado
De pequeños absurdos, esa tonta capacidad
De reír sin ton ni son, ese ridículo deseo de ser útil
Y ese coraje de comprometerse sin necesidad.

Queda esa distracción, esa disponibilidad, esa vagueza
Del que sabe que todo fue como será en el devenir
Y al mismo tiempo ese deseo de servir, esa
Contemporaneidad con el mañana de los que no tienen ni ayer ni hoy.

Queda esa facultad irreductible del soñar
Y transfigurar la realidad, dentro de esa incapacidad
De aceptarla como es, y esa visión
Amplia de los acontecimientos, y esa impresionante

E innecesaria presciencia, y esa memoria anterior
De mundos inexistentes, y ese heroísmo
Estático, y esa pequeñita luz indescifrable
A la que los poetas dan a veces el nombre de esperanza.

Queda esa obstinación en no escapar del laberinto
En busca desesperada de alguna puerta quizás inexistente
Y ese coraje indecible delante del Gran Miedo
Y al mismo tiempo ese terrible miedo de renacer en lo oscuro.

Queda ese deseo de sentirse igual a todos
De reflejarse en miradas sin curiosidad y sin historia
Queda esa pobreza intrínseca, ese orgullo, esa vanidad
De no querer ser príncipe sino del propio reino.

Queda esa fidelidad a la mujer y su tormento
Ese abandono sin remisión a su vorágine insaciable
Queda ese eterno morir en la cruz de sus brazos
Y ese eterno resucitar para ser recrucificado.

Vinicius de Moraes

No hay comentarios:

Publicar un comentario