La magia de creer para ver

jueves, 10 de septiembre de 2015

El coleccionista de insultos

Cerca de Tokio vivía un gran samurái, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo a los jóvenes. A pesar de su edad, existía la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.
Cierto día un guerrero conocido por su falta de escrúpulos pasó por la casa del anciano. El guerrero era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba a que el adversario hiciera su primer movimiento y, gracias a su experiencia para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero nunca había perdido una batalla. Conociendo la reputación del samurái, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama y así se lo hizo saber. Los estudiantes que se encontraban presentes se manifestaron en contra de la idea, pero el anciano aceptó el desafío.
Fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al anciano. Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a todos sus ancestros. Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el anciano permaneció impasible.
Al final de la tarde, ya exhausto y vencido, el joven guerrero se retiró de la plaza. Algunos estudiantes del samurái decepcionados por el hecho de que su maestro hubiera aceptado tantos insultos y provocaciones se acercaron y le preguntaron:
– Maestro ¿cómo ha podido soportar tanta humillación? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
El anciano respondió:
– Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
– Por supuesto, a quién intentó entregarlo – Respondió uno de los estudiantes.
– Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – añadió el maestro. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo. Nadie nos agrede o nos hace sentir mal, somos nosotros los que decidimos cómo sentirnos.- Y dándose la vuelta el maestro comenzó a caminar hacia su casa.

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