Para María sigo siendo aquel
adolescente, tímido y callado,
que no encontraba nunca la ocasión
ni la manera de coger su mano.
Para Carmen –que, para su sorpresa
y sin remotamente sospecharlo,
fue la tumba de mi virginidad-,
una curiosa anécdota y un chasco.
Para Manuela, nadie –yo no creo
que me recuerde-. Un cerdo, para Amparo,
que jugó con su joven corazón
a romperlo en pedazos.
Para Marta, supongo que el peor
amante que ha tenido. Un mamarracho,
para Julia, que, tras jurarle amor
eterno, se marchó a comprar tabaco
y no volvió. Para Marisa, el sueño
de alguna que otra noche de verano.
Una estrella fugaz, para Teresa,
que en su pequeño cielo brilló un rato.
El amor de su vida, y de la mía,
mientras duró, para Isabel. Un raro,
para Cristina. Para Elisa, el tipo
que despertó su piel, en cuyos brazos
descubrió los secretos del placer
y los misterios del amor profano.
Para Pilar, un chulo que se hartaba
de beber a su costa. Para Charo
-que caminó conmigo, cuando andaba
cuesta abajo y sin freno-, un desahuciado...
Para todas, igual que para mí
cada una de ellas, alguien, algo
que ya no existe más que en el recuerdo,
un plano congelado del pasado
que no cambia, madura, ni envejece,
por el que pasa el tiempo sin tocarlo.
Javier Salvago
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