La magia de creer para ver

viernes, 22 de marzo de 2013

Los muros

I.
Los muros son compañeros,
Dispuestos siempre donde están para el
codo y la palma
Y extendidos a la mirada,
Con un poco de tierra
Donde confiar su bondad cuando
les sobra.
Con la apariencia de haber probado su
Inocencia
Al encontrarse en el aire mientras
viven de negro.

II.
Muchos muros están manchados
De musgo o de liquen color
oleaje
Que tan pronto surgen
Del agua tibia y de la sal donde la vida
cobra forma
Dejan la piedra al desnudo
Tan gruesa como la herida que no hay
Que mostrar mucho,
Sino mimar cuando se está solo.

III.
Es en los muros
Donde están las puertas
Por las que se puede entrar
Y por alguna
Arribar.

IV.
Tienen que vérselas con el aire
Debido a algunas distracciones.
El viento marino pasa por ahí
Extendiéndose en el cielo y
la carne de los muchachos,
Carga consigo hojarasca o mosquitos
Y la caricia.
Tienen que vérselas también
Con la lluvia, con la lejía.
Pero el sol
Es un poder.

V.
Los muros cuando son altos,
sobre todo aquellos sin ventanas
ni cortinas,
con rastros a veces de gris
amarillento y de negro
Bajo las chimeneas,
Son buenos para hacer de pantallas a las
visiones de los viandantes
Que no encuentran en ellas forma ni lección,
Sino respiro:
Un gigante rojo hizo gran aspaviento
Y sobre los tejados sus pies corren rápido.
Es al cielo al que recrimina
Es al verano. Tiene fuego entre los
brazos.
Ha dejado caer un astro o un
Niño.
Dice: Venganza. Se vuelve a sentar.
Era un pobre.

VI.
Hay algo terrible en el mundo
Y esto será
Un muro a través de los campos, contra
un ciruelo,
junto a la carreta y sus pértigas
colgantes,
Bajo el sol que hace perdurar
la inmensidad.
Un muro que no habrá podido
Habituarse
Y no confía más
En abreviar el espacio a través de los llanos.

VII.
Ver el interior de los muros
No nos está dado.
Aunque los rompamos,
Su fachada se muestra.
Seguro que pasa lo mismo
En nosotros y en los muros,
Pero ver
Tranquilizaría.

VIII.
Los muros
Son feos.
No habrán puesto
De su parte.
Hechos para ocultar,
para impedir,
Salpicados a veces
Con cascos de botellas.
-No detendrán
Las turbas del triunfo.

IX.
A veces los senderos
- Nosotros íbamos por placer
o deber -
Estaban bordeados de muros.
Ellos nos ofrecían la vertical,
Del sol blanco, el sendero de nuevo
Y la licencia,
Pero nos separaban
De la fresa tardía en el
frescor del bosque
Donde tocar dos rodillas
Que tienen tantas razones para temblar
bajo las hojas.

X.
No estaríamos tanto peor
Convertidos en el muro al borde de la plaza
donde los niños juegan entre los
ancianos,
Aquél que de toda la ciudad no conoce
más que la cólera,
- Podríamos convertirnos también
en un muro escondido por el follaje en
el campo,
Para ser felices.

XI.
¿Qué puede un muro
por un herido?
Y no obstante
Acude siempre en las
batallas
A apoyarse en él,
Como si la muerte así
Permitiera morir
Con más comodidad
Y alguna libertad.

XII.
Un hombre
se ha vuelto celoso de los muros
Y después, tozudo, es de las raíces
Que no puede despegarse.
Coloca a distancia
un cuerpo habituado,
Rechaza las puertas
Rechaza el tiempo,
Ve en el negro
Y dice: amor.


Eugène Guillevic

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