La magia de creer para ver

sábado, 3 de noviembre de 2012

GRADOS BAJO CERO

Estamos en una fiesta que no nos quiera. Al final, la fiesta deja caer su máscara y se muestra como realmente es: una estación de cambio de trenes. Fríos colosos sobre raíles en la niebla. Una tiza ha garabateado en las puertas de los vagones.

Esto se puede decir, pero hay aquí mucha violencia reprimida. Por eso son tan pesados los detalles. Y es tan difícil ver lo otro que también existe: una mancha de sol que cambia de sitio en la pared de la casa y resbala a través del inconsciente bosque de rostros centelleantes; una cita bíblica que nunca ha sido escrita: ¡Ven a mí, porque yo soy tan contradictorio como tú!

Mañana trabajaré en otra ciudad. Susurro hacia allá a través de la niebla matinal que es un cilindro negriazul. Orión cuelga encima de la capa de hielo. Hay un grupo silencioso de niños esperando el autobús escolar, niños por los que nadie reza. La luz crece lenta como nuestro cabello.



EL CIELO A MEDIO HACER

El desaliento interrumpe su curso.
La angustia interrumpe su curso.
El buitre interrumpe su vuelo.

La luz tenaz se vuelca;
hasta los fantasmas se toman un trago.

Y nuestros cuadros se hacen visibles,
animales rojos de talleres de la Época Glaciar.

Todo empieza a girar.
Andamos al sol por centenares.

Cada persona es una puerta entreabierta que lleva a una común habitación.

Bajo nosotros, la tierra infinita.

Brilla el agua entre árboles.

La laguna es una ventana a la tierra.



EL ÁRBOL Y LA NUBE

Un árbol anda de aquí para allá bajo la lluvia,
de prisa, ante nosotros, en lo gris derramándose.
Lleva un recado. Vida extrae de la lluvia
como el mirlo en un jardín frutal.

Cuando la lluvia cesa, el árbol se detiene.
Se vislumbra derecho, quieto en noches claras,
como nosotros, esperando el instante
en que florezca nieve en el espacio.



Tomas Tranströmer

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