La magia de creer para ver

sábado, 3 de noviembre de 2012

Proyectos de prólogos para la segunda edición

Por Charles Baudelaire

 
    No es para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas que se ha escrito este libro; tampoco para las mujeres, las hijas o las hermanas del vecino. Dejo esta tarea a aquellos que tienen interés en confundir las buenas acciones con el bello lenguaje.
    Sé muy bien que el amante apasionado del bello estilo se expone al odio de las multitudes; pero ningún respeto humano, ningún falso pudor, ninguna coerción, ningún sufragio universal serían capaces de obligarme a utilizar la jerga incomparable de este siglo ni a confundir la tinta con la virtud.
    Poetas ilustres se han repartido desde hace tiempo las provincias más florecidas del dominio poético. Me pareció entonces más interesante, y tanto más agradable cuanto más difícil parecía la empresa, tratar de extraer la belleza del Mal. Este libro, esencialmente inútil y absolutamente inocente, no ha sido hecho con otro objeto que el de divertirme y el de ejercer mi apasionada afición al obstáculo.
    Algunos me dicen que estas poesías pueden hacer mal; no me he alegrado por ello. Otros —almas buenas—, que ellas pueden acarrear un bien; y esto no me ha afligido. El temor de los unos y la esperanza de los otros me han sorprendido por igual, y no han tenido otro valor que convencerme, una vez más, de cómo este siglo ha olvidado todas las nociones clásicas relativas a la literatura.
    A pesar de la forma en que algunos pedantes célebres han contribuido a la tontería natural del hombre, jamás hubiese creído, que nuestra patria pudiese marchar con semejante velocidad por el camino del progreso. Este mundo ha adquirido una costra de vulgaridad tal, que el desprecio que suscita en el hombre de espíritu adquiere la violencia de una pasión. Pero este mundo pertenece a la categoría de aquellos carapachos a los cuales el veneno mas corrosivo sería incapaz de perforar.
    Tenía en un principio la intención de responder a una serie de críticas y al mismo tiempo de explicar algunas cuestiones muy simples que se encuentran totalmente oscurecidas por las luces modernas: "¿Qué es la poesía?" "¿Cuál es su fin?" Hablarla así de la distinción entre el Bien y la Belleza, de la Belleza en el Mal; diría que el ritmo y la rima responden en el hombre a las necesidades inmortales de monotonía, de simetría y de sorpresa; de la adaptación del estilo al tema; de la vanidad y de la peligrosidad de la inspiración, etc., etc.; pero esta mañana he cometido la imprudencia de leer algunos periódicos, y repentinamente una indolencia de veinte atmósferas de peso se desplomó sobre mi y me obligó a detenerme ante la espantosa inutilidad de explicar sea lo que fuere a quien quiera que sea. Los que saben, me adivinan ya sin que yo diga nada; y para los que no pueden o no quieren comprender, sería infructuoso todo intento de explicación.

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