He adelgazado, por lo que veo. Pero cómo.
Llevo en el pulgar adecuado
los signos del perro y del caballo.
Uno hecho con un cuchillo de herrar, el otro,
con un colmillo.
De las cicatrices nace la vida
y el corazón es una fosa común todavía abierta
llena de la tela gris del llanto,
ruido metálico de medallas de identidad al viento.
Siempre en otoño, tiempo de matanza de los pavos,
ando en un trineo con cuatro perros, el quinto
salta al lado atado como caballo de reserva
cuando un viento frío envuelve los bosques
y en los campos arden hogueras bien vigiladas.
Así de fogosos son los caballos de batalla de la muerte
pequeños e iracundos, y el viento del otoño
rojo como la sangre, como los árboles.
SIRKKA TURKKA
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