La magia de creer para ver

sábado, 3 de noviembre de 2012

Una temporada en el infierno

Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el golpe de gracia. ¡Ah! ¡No lo tenía previsto!
No he hecho mal alguno. Los días van a serme leves, se me ahorrará el arrepentimiento. No habré conocido los tormentos del alma casi muerta para el bien, donde se alza la luz tan severa como los cirios funerarios. El destino del niño bien: ataúd prematuro, cubierto de límpidas lágrimas. Sin duda que el desenfreno es tonto, que el vicio es tonto; hay que arrojar la podredumbre aparte. ¡Pero el reloj no habrá llegado a no dar ya sino la hora del puro dolor! ¿Van a secuestrarme, como a un niño, para jugar en el paraíso, olvidado de toda desgracia? ¡Rápido! ¿Hay otras vidas? - Dormir en la riqueza es imposible. La riqueza siempre ha sido bien público. Sólo el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo que la naturaleza no es sino un espectáculo de bondad. Adiós, quimeras, ideales, errores.
El canto razonable de los ángeles se eleva del navío salvador; es al amor divino. - ¡Dos amores! Puedo morir de amor terrenal, morir de entrega. ¡He dejado almas cuyo dolor aumentará con mi partida! Me escogéis entre los náufragos; quienes se quedan, ¿no son acaso amigos míos? ¡Salvadlos!
La razón me ha nacido. El mundo es bueno. Bendeciré la vida. Amaré a mis hermanos. Ya no son promesas de niño. Ni la esperanza de eludir la vejez y la muerte. Dios es mi fuerza, y yo alabo a Dios.
El aburrimiento ya no es mi amor. Las rabias, los desenfrenos, la locura, cuyos impulsos todos, cuyos desastres conozco, -toda mi carga está depositada. Valoremos sin vértigo el alcance de mi inocencia.
Ya no sería capaz de solicitar el consuelo de una paliza. No me creo embarcado hacia una boda con Jesucristo por suegro. No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Quiero la libertad dentro de la salvación: ¿cómo perseguirla? Los gustos frívolos me han abandonado. Ya no hay necesidad de entrega ni de amor divino. No añoro el siglo de los corazones sensibles. Cada cual tiene su razón, desprecio y caridad: yo conservo mi puesto en lo alto de la angélica escala del sentido común.
En cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no… no, no la quiero. Me disipo demasiado, soy demasiado débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad; pero mi vida no pesa lo suficiente, se eleva y flota muy por encima de la acción, ese querido lugar del mundo.
¡Qué solterona me estoy volviendo, por falta de valor para amar a la muerte!
Si Dios me concediera la calma celestial, aérea, la plegaria, - como a los antiguos santos. - ¡Los santos! ¡Gente fuerte! ¡Los anacoretas! ¡Unos artistas como ya no hacen falta! ¡Farsa continua! Mi inocencia me haría llorar. La vida es la farsa a sostener entre todos.
¡Basta! Llega el castigo. - ¡Adelante!

De "Mala sangre"
Rimbaud

No hay comentarios:

Publicar un comentario